Desperté. Y esta vez la luz no aplastó mis ojos. Desperté habiendo dormido el sueño de los injustos. El sueño de los que caen rendidos. Exhaustos. Agotados de luchar. De librar batallas perdidas de antemano. Desperté. Desperté minutos antes de que unas nubes negras se tragasen esa luz. Y la realidad me rompiese la boca. Dejándome claro que la gente como yo no puede ganar. Y que las lágrimas no son tan distintas de la lluvia. Por primera vez. Amurallé entre piedras todo lo que me quedaba. Desayunándome las derrotas. Y cuando me creía curada apareciste tú. Infectando mis heridas. Llenándolas de veneno. Destruyendo a zarpazos todo lo que yo había cuidado durante tanto tiempo. Y cuando no quedó nada más que destruir te fuiste. Y volví a ver las lágrimas mezclarse. Y pasaron los años. Y volviste en forma de pesadilla consorte. Y el mismo veneno y la misma infección. Y la misma sensación de suma impotencia. Y las mismas ganas de empuñar una espada. Para perder de antemano otra batalla. Y ver una vez más las lágrimas mezclarse.
No te creas tan especial.